Escapada Romántica Costa Azul Cannes (parte II)

De Saint-Tropez a Cannes sin autopistas: una ruta en moto llena de curvas, mar, descubrimientos y sorpresas francesas. Una escapada intensa, auténtica y emocionante por la Costa Azul.

VIAJES

Miguel A.

8/8/20254 min leer

a harbor filled with lots of boats next to tall buildings
a harbor filled with lots of boats next to tall buildings

Saint-Tropez a Cannes en moto:

La Costa Azul como nunca la imaginaste (Parte 2)

Arrancamos la V-Strom desde Saint-Tropez con una mezcla de nostalgia y emoción. Esa clase de emoción que solo se siente cuando te vas de un lugar mágico sabiendo que el viaje sigue y que aún te esperan más sorpresas. No sabíamos si lo que venía sería mejor, igual o más tranquilo, pero sí sabíamos una cosa: no íbamos a correr. Ni física ni emocionalmente. Esa escapada era nuestra, y el tiempo, por una vez, no nos mandaba.

Saint-Tropez nos dejó algo grabado. Su ambiente era distinto. No era solo el lujo evidente, los yates brillantes, las tiendas que jamás nos atreveríamos a pisar… era esa mezcla entre historia viva y desenfreno veraniego. Ver gente disfrazada con trajes napoleónicos, una orquesta en plena calle, y al mismo tiempo, Ferraris aparcados junto a casas de piedra antigua. Saint-Tropez tenía eso. Y salimos con una sonrisa.

Tomamos la carretera costera bordeando el Golfo de Saint-Tropez. Queríamos aprovechar cada curva, cada mirador, cada soplo de salitre. Nos miramos y lo dijimos en alto: "Autopistas, prohibidas". Íbamos a saborear la Costa Azul a nuestro ritmo, no al ritmo del tráfico o del tiempo. Sainte-Maxime apareció pronto, como un pequeño remanso costero con un aire mucho más relajado que Saint-Tropez. Más local, más cercano, más de día a día. Paramos en un mirador y simplemente miramos el mar. Nada más.

La carretera hacia Fréjus es lenta, como casi todo en verano en la Costa Azul. Pero no molesta. Las vistas al Mediterráneo, las playas llenas, las montañas tímidas al fondo, todo se confabula para invitarte a ir despacio. Así lo hicimos. El rugido suave de la V-Strom nos acompañaba, junto con el calor que ya a esas horas caía con fuerza. Nos movíamos lento, sí, pero con dirección.

Cuando llegamos a Fréjus el estómago empezó a hablar. Era hora de parar. Entramos a un centro comercial. Nada romántico, pero la comida caliente y la sombra eran bienvenidas. Había algo muy interesante en esos contrastes: de viñedos y pueblos con historia, a un centro comercial moderno y con aire acondicionado. Nos reímos de eso mientras comíamos. Y tras una pausa larga, volvimos a lo nuestro: carretera.

En vez de seguir por la costa, decidí buscar una carretera interior. Quería curvas, quería montaña. Y la DN7 me sonaba a eso. Y lo era. Una carretera con historia, parte del trazado clásico que conectaba París con la Costa Azul. Y ahí estábamos, nosotros dos, con mi vieja trail, dándole vida de nuevo a ese asfalto. La DN7 nos regaló exactamente lo que queríamos: buenas curvas, buen firme, y lo mejor de todo, un paisaje que parecía sacado de una película francesa de los años 70. Viñedos, pueblos pequeños, olor a lavanda y a pino… la esencia del sur de Francia.

La tarde caía mientras nos acercábamos a Cannes. El sol empezaba a dorar todo lo que tocaba, y el cielo tenía ese tono melocotón que solo se da en el Mediterráneo. Pero con la llegada a la ciudad, también llegaron los atascos. Aquí vino otra sorpresa del viaje: los scooters y la "cultura del carril moto".

Yo, que siempre había respetado los atascos como si fueran muros, vi cómo los T-Max y las motos francesas creaban su propio carril entre los coches. Al principio dudé. Pero poco a poco, vi que era una norma no escrita: los coches se abrían. Te dejaban pasar. No molestaba a nadie. Y ahí, por primera vez en mi vida, pasé entre coches con mi moto, con las maletas puestas, en medio de un atasco. Y no pasó nada. Nadie pitó. Nadie se molestó. Fue como una especie de rito de paso. Una pequeña conquista personal.

Llegar a Cannes fue como llegar a otro mundo. Una ciudad elegante, lujosa, pero distinta a Saint-Tropez. Menos show y más glamour silencioso. Aparcamos cerca del centro y empezamos a pasear. Lo primero que me llamó la atención fue un edificio con un inmenso reloj dorado. No sabía si era un hotel, una joyería, o las dos cosas a la vez. Todo allí parecía brillar con un tono distinto.

Las calles estaban llenas de gente elegante. No de fiesta, sino de postureo fino. Aquí se ven más trajes que bañadores. Más gafas de diseñador que camisetas turísticas. Pero Cannes tiene algo más. Mucho más.

Qué ver en Cannes durante una escapada motera

La ciudad es famosa por su festival de cine, sí, pero es mucho más que eso. Caminamos por el Boulevard de la Croisette, esa avenida frente al mar donde el lujo y la historia se dan la mano. A un lado, el Mediterráneo infinito. Al otro, hoteles legendarios como el Carlton o el Martinez, donde las estrellas del cine han escrito capítulos dorados.

Nos acercamos al Palais des Festivals, ese edificio moderno donde se celebra el famoso Festival de Cannes. No era época de alfombras rojas, pero uno no puede evitar imaginarse la escena, los flashes, los vestidos de gala. Todo eso, mientras caminas con tus botas de moto y el olor a carretera en la chaqueta. Era un contraste delicioso.

Paseamos por el Viejo Puerto (Vieux Port). Barcos espectaculares, pero también embarcaciones clásicas de madera. Y frente a ellos, restaurantes que invitaban a quedarse a cenar viendo caer la noche sobre el mar.

Y entonces, decidimos subir a la parte antigua: Le Suquet. Un barrio encantador, con calles empedradas, casas con contraventanas de colores, y unas vistas espectaculares de la ciudad y el puerto desde la colina. Allí, por un momento, Cannes se volvió pueblo. Tranquilo. Intimo. Y eso nos encantó.

Nos sentamos en un banco, arriba del todo, mirando el mar, el movimiento de la ciudad, el tráfico, los barcos. Mi mujer me dijo: "¿Te das cuenta de dónde estamos y cómo hemos llegado? Sin mapa, sin hotel, sin plan. Y aquí estamos, en Cannes, en moto, viendo este atardecer".

Asentí. No hacía falta decir nada más.

Nos quedamos un rato en silencio. La V-Strom dormía abajo, esperándonos. Sabíamos que este viaje era de esos que uno no olvida. Y sabíamos también que lo mejor aún podía estar por venir.

Continuará...

a very tall building sitting on the side of a road
a very tall building sitting on the side of a road