
Acampar en moto
Una forma de viajar más unido a la naturaleza es viajar en moto con tienda de acampada. Es cierto que debes llevar muchas más cosas, pero te permite estar en contacto con la naturaleza. Descubre como vemos la opción de Acampar en moto.
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Noche, bajo el cielo y sobre dos ruedas
Acampar en moto y descubrir la naturaleza
Todo empezó con una curva, una idea... y una tienda de campaña mal enrollada.
No lo planeé así. De hecho, aquella mañana iba a dormir en un hotel sencillo de montaña, después de una ruta larga por carreteras solitarias del norte. Pero algo cambió. Una mezcla de cansancio, instinto y esa voz que a veces te susurra desde el casco: “quédate aquí, justo aquí”. Y ahí estaba yo, parado junto a un claro de hierba alta, con el sol bajando detrás de las colinas y mi moto aún caliente tras horas de asfalto.
La idea me dio miedo. No llevaba experiencia. Tenía el equipo, sí, pero dormir solo, en mitad de la nada… eso era otro rollo. Pero también sabía algo: si no lo hacía esa noche, quizá nunca lo haría.
Y así comenzó mi viaje real. No el de kilómetros, sino el de acampar en moto. El de vivir en la carretera. El de encontrar hogar allá donde el caballete toque tierra.
La primera vez no se olvida
Desenrollé la tienda entre dudas. El suelo estaba algo inclinado. Un poco húmedo. El cielo despejado. Mi cabeza iba a mil: ¿Y si llueve? ¿Y si vienen animales? ¿Y si pasa alguien?
Pero montarla fue sencillo. Como si la tienda, al desplegarse, me dijera: “tranquilo, lo has hecho bien”. Saqué el saco, hinché la colchoneta, preparé algo de cena con el hornillo de gas y me senté en una roca. Solo. Silencio total.
En ese instante lo entendí. No era incomodidad. No era inseguridad. Era libertad pura. Una libertad que solo se encuentra cuando eliges vivir sin paredes.
Lo que aprendí en la ruta
Con el tiempo, fui repitiendo la experiencia. Acampada tras acampada, entendí qué llevaba de más y qué de menos. Lo que realmente importa cuando viajas en moto y duermes bajo las estrellas. Aquí va lo que me enseñaron esas noches.
Lleva una tienda que no te deje tirado
La mía era ligera, de esas que se enrollan pequeñas y caben en una alforja. Pero aprendí a elegir bien: columna de agua mínima de 2.000 mm, doble techo, buena ventilación y montaje rápido.
Recuerdo una noche cerca de un lago en los Pirineos. Llovía a cántaros. Dentro de mi tienda, ni una gota. Esa sensación de estar protegido en mitad del caos… no tiene precio.
El saco y el aislante: tu cama en el mundo
No hay cama más agradecida que un buen saco de dormir después de 400 km de curvas. El mío es de fibra sintética, cómodo hasta los 0°C. Ligero y compresible.
La colchoneta inflable fue otro descubrimiento. Al principio viajaba con esterilla básica, pero con el tiempo entendí que dormir bien es parte del viaje. Si te levantas descansado, pilotas mejor. Si pilotas mejor, disfrutas más.
Cocinar es ritual, no tarea
Una noche en Galicia, después de montar campamento junto a un acantilado, saqué el hornillo, calenté agua y cociné pasta con atún y tomate. Básico. Pero mientras removía la olla y el mar rugía al fondo, pensé: esto es el lujo verdadero.
Llevo siempre:
Hornillo de gas pequeño (tipo rosca).
Olla de aluminio, cuchara de titanio, taza metálica.
Un encendedor y mechero de repuesto.
Bolsas pequeñas con arroz, fideos, frutos secos, café soluble.
Comer en plena naturaleza te conecta con lo esencial.
La luz se vuelve aliada
En medio del bosque, cuando el sol cae, todo cambia. Tu frontal LED se vuelve tus ojos. Una linterna colgando dentro de la tienda transforma un espacio oscuro en un refugio cálido.
Aprendí a llevar siempre:
Una frontal potente.
Linterna recargable.
Pilas extra o batería solar.
Y aprendí también a no tenerle miedo a la oscuridad. A convivir con ella.
Organiza o sufrirás
Hubo una vez que olvidé dónde metí los calcetines secos. Llovía, y mis pies estaban congelados. Desde entonces, uso bolsas estancas por categorías:
Una para ropa (por capas).
Otra para cocina.
Otra para descanso.
Otra con herramientas y repuestos.
No solo evitas sorpresas mojadas: ahorras tiempo, energía y disgustos.
La higiene se vuelve minimalista, pero esencial
Aquel primer viaje fue revelador. Al tercer día, sin ducha, deseé tener algo más que toallitas.
Ahora siempre llevo:
Jabón biodegradable.
Toalla de microfibra.
Papel higiénico.
Botiquín pequeño: tiritas, ibuprofeno, desinfectante, antihistamínico.
Y me ducho donde puedo: en campings, ríos, gasolineras… donde sea. No es comodidad. Es dignidad motera.
Cuida a tu compañera de dos ruedas
No olvido la noche que pinché a 50 km del pueblo más cercano. Desde entonces, mi kit de herramientas va conmigo como si fuera parte del alma de la moto:
Multiusos.
Reparapinchazos.
Bridas.
Cinta americana.
Aceite para la cadena.
Guantes de mecánica.
No necesitas ser mecánico. Solo tener lo necesario para no quedarte tirado en mitad de la nada.
Las noches cambian cuando vives así
A veces, la mejor historia del día no es la ruta, sino la noche.
Como esa vez en la Sierra de Gredos. Vi un claro, dejé la moto sobre la hierba, monté el campamento y me senté con una copa metálica de vino tinto mirando las estrellas. No había cobertura. No había nadie. Solo yo, la moto y el mundo. Dormí con una paz que no recordaba desde niño.
Y entendí algo que no se aprende en manuales:
El silencio también te habla. Y cuando lo escuchas, sabes que estás en el lugar correcto.
¿Es para todo el mundo? No. ¿Vale la pena? Cada segundo.
Acampar en moto no es solo dormir en el bosque. Es una actitud. Es entender que lo importante no es el destino, sino el momento en que apagas el motor, respiras hondo y dices: “esta noche, aquí”.
Es asumir incomodidades a cambio de autenticidad. Es aprender a vivir con menos. A respetar el entorno. A ver belleza donde antes había prisa.
¿Da miedo al principio? Sí.
¿Te cuestionas si estás loco? A veces.
¿Lo volverías a hacer? Una y mil veces.
Si alguna vez dudas… sal
Haz la prueba. Carga la moto. Elige una ruta sencilla. Lleva tu tienda, tu saco y tu hornillo. Apaga el móvil. Llega antes del atardecer. Monta campamento. Cocina algo. Y siéntate. Solo siéntate.
Ahí, entre el rugido de los árboles y el murmullo del viento, entenderás de qué te hablo.
Y entonces, quizá, como me pasó a mí, descubras que no solo estabas viajando…
…estabas volviendo a casa.



